Como Dios

El preso, más viejo que las dos largas condenas que purgaba, creía haber descubierto el remedio más eficaz contra la plaga de chinches que asolaba las barracas de aquel campamento: un potente mejunje, mezcla de petróleo, alcohol de bodega, alcanfor y lejía al ciento por ciento.

Aseguraba que aquel compuesto era capaz de pulverizar a los molestísimos insectos cuando intentaran trepar por las patas de las literas para anidar en los pliegues de las lonetas sobre la cual los penados trataban en vano de dormir cada noche, víctimas de sus implacables picadas.

A cambio de cuatro cigarros de tabaco rubio, el pomito de aquel elíxir era una verdadera ganga, pero a Manolito se le había acabado la fuma, así que le ofreció al preso la única novela de Vargas Vila que guardaba entre sus posesiones. El preso lo pensó un poco, y aceptó.

Manolito untó las dobleces de su loneta con el oloroso remedio. Echó el resto del líquido en cuatro laticas que instaló después en las puntas de las patas de su litera. Supuso que con eso estaría al fin a salvo de las chinches, pero se equivocó.

Siguieron chupándole la sangre, como diminutos vampiros. No bien se apagaban las luces en la barraca, las sentía reptar por la loneta, silenciosas, hasta que daban con su pescuezo y allí le clavaban sus finos aguijones.

Manolito no se explicaba cómo las chinches sobrevivían al elíxir. Ni haciéndose tres pajas lograba conciliar el sueño. Amanecía con el cuello lleno de ronchas. Encabronado, un día fue a reclamarle al preso viejo, pero éste se negó a devolverle la novela de Vargas Vila.

Qué clase de hijo de puta...

Un día que se lamentaba, otro preso le explicó a Manolito que no había remedio contra las chinches, que por más que alguien intentara contenerlas, iban a seguir infectando las lonetas y picándoles el cuello. Cualquiera que dijera otra cosa era un estafador.

Manolito se quedó de una pieza. “¿Tú crees?”, preguntó.

“Están en el aire, en la tierra, en todas partes”, contestó el preso. “Como Dios”.