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Entre el humor y la ironía


El cuento, como género literario, además de ser uno de los más antiguos, es también uno de los más difíciles. Sus problemas técnicos son muchos. Vale la pena señalar algunos: brevedad de las descripciones, ausencia de tramas secundarias y pocos personajes. Sin embargo, a pesar de sus dificultades, muchos autores han comenzado sus carreras escribiéndolos. Hasta los consagrados, como García Márquez, que publicó en 1947 La tercera resignación, su primer cuento; o como Vargas Llosa, que lo hizo en 1956 con un relato titulado El abuelo. En realidad, casi todos los escritores han comenzado así: cuentos primeros, novelas después. Sólo unos pocos lo han hecho al revés. Uno de ellos es Manuel Ballagas, quien después de haber escrito las novelas Descansa cuando te mueras y Pájaro de cuenta, acaba de publicar Malas lenguas, un estupendo libro de cuentos.

Son trece relatos –y otras tantas intercaladas viñetas– con una marcada homogeneidad temática y un evidente trasfondo biográfico. En el primero de ellos, que da título al libro, un funcionario cubano deserta en una capital europea. Su fuga desata entre sus amistades y colegas toda clase de rumores: las “malas lenguas” dijeron que primero fue un vendedor de cigarrillos de contrabando en las calles de Madrid; después, un millonario que vivía en Coral Gables; y por último, un agente de la CIA. “No le olvidaron, pero le convirtieron a veces en un cómico personaje de leyenda”. Treinta años después regresa a la isla y en el vestíbulo de la “sede del gremio de escritores y artistas que solía frecuentar antes de su fuga”, alguien lo reconoce y “en cuestión de minutos se halla sentado a la mesa con un grupo de viejos conocidos a quienes convida a beber y comer bocadillos. Ninguno le pregunta por aquellas andanzas suyas. Se limitan a escucharle, embelesados, mientras les cuenta que después de trabajar muchos años en un periódico mediocre y aburrido, se retiró al fin, y ahora vive y escribe tranquilamente una novela en un aletargado pueblecito de la Florida”.

La mayoría de los cuentos que siguen, a pesar de su aparente cotidianeidad urbana, están escritos en un tono que se balancea entre lo fantástico y lo absurdo, como en el titulado La máscara, en el que un hombre viaja a Cuba y regresa transformado (sin que supiese cómo) en una mujer. O como en El carángano, que adquiere reminiscencias kafkianas cuando un exiliado se echa dormir en Miami y despierta (sí, convertido en un insecto) en La Habana. Pero no todos están enmarcados en lo fantasmagórico; hay otros más realistas que lidian, al decir del propio Ballagas, con “venganzas, suplicatorias y testamentos”, como los titulados El huérfano, Dichosos los ojos y Ultima voluntad.

Los relatos de Malas lenguas, tanto los de corte fantástico como los vivenciales, están escritos con una prosa ágil y moderna que, aunque directa y sin adjetivos innecesarios, está repleta de detalles. En algunos de ellos es posible adivinar, oculto entre el humor y la ironía, un extenso abanico de malos recuerdos y una larga nómina de antiguos rencores. Los mismos que también se advierten en las magnificas trece viñetas que aparecen, como líricos comodines en cursivas, entre relato y relato. Al margen de la excelente calidad de los cuentos, quizás sean estas conmovedoras viñetas, evidentemente basadas en sus experiencias como prisionero político, las más logradas del libro. Quizás también sean las más poéticas: “Al preso que duerme no se le despierte. Dicen que porque cuando sueña le viene, como un ángel, la libertad. Sueña y parte, se eleva el reo que duerme si nadie lo perturba. Abandona la cárcel de su cuerpo vencido y conquista su alma un raro cielo sin nubes”.

Manuel Ballagas nació en La Habana, Cuba, en 1948. Formó parte del consejo de dirección de las Ediciones El Puente hasta su clausura en 1965. Trabajó como crítico de cine en la radio cubana, siendo arrestado y enviado a prisión por motivos políticos en 1973. Vive desde 1980 en Estados Unidos, donde ha ejercido el periodismo en medios como The Wall Street Journal, The Miami Herald y The Tampa Tribune. Actualmente se desempeña como traductor y relacionista público. Es hijo del poeta cubano Emilio Ballagas.

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