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Tristes corridos


La campaña política de Donald Trump y la reacción a ésta han puesto de relieve la amplia y continua manipulación de que son objeto en Estados Unidos las personas de origen latinoamericano, sobre todo aquellos que por no entender inglés se hallan a la merced de lo que aquí se da en llamar “medios hispanos”.

La burda conducta de una de sus “estrellas”, el presentador de Univisión Jorge Ramos, dio al traste –y de manera muy pública– con cualquier pretensión de equilibrio y seriedad en la información que esa cadena televisiva (supuestamente el medio más emblemático de todo este grupo) ofrece a su audiencia.

Sin tapujos de índole alguna, vimos a Ramos interrumpir una conferencia de prensa, increpar al político a cuya invitación había acudido a Dubuque, Iowa, y más allá de ignorar los derechos de sus colegas a hacer su trabajo sin cortapisas, intentar incluso debatir en vez de hacer las preguntas puntuales que se hubieran esperado de él.

Algunos comentaristas de los medios en inglés han mostrado sorpresa de que un presentador de noticieros nacionales –de quien se espera un comportamiento más profesional– se haya enfrascado en una cruzada semejante, no sólo incitando a diario a violar las leyes de este país y elogiando a quienes lo hacen, sino usando su plataforma para influir en el proceso político.

Es muy lógico. Nadie en este país puede imaginarse a Scott Pelley, de CBS, a Lester Holt, de NBC, o a David Muir, de ABC, convertidos en portaestandartes de algún partido, en activistas de cualquier empeño, o vociferando en una conferencia de prensa. Su propia función y los dictados de su gerencia se lo impedirían. Y ya sabemos lo que les cuesta cualquier extravío.

Pero las mismas reglas no se aplican en los “medios hispanos”, que en la mayoría de los casos ni siquiera son propiedad de empresas genuinamente “latinas”. Y no se aplican por una simple razón: el desprecio que sus jefecillos sienten por su audiencia les hace pensar que quienes hablamos español como primer idioma nos conformamos con cualquier bazofia.

Ramos y quienes pagan su salario tienen un arraigado interés en que su audiencia siga siendo esclava de un solo idioma y de las mismas fuentes de entretenimiento e información. ¿De qué iban a alimentarse si todos de pronto desplazaran sus ojos hacia otros medios donde impera la diversidad de criterios y donde el activismo desembozado no es aceptable?

Entre las lacrimosas –y cada vez más violentas– telenovelas y la información sesgada donde no se distingue entre inmigrantes legales e ilegales la audiencia de origen latinoamericano se ha convertido en una masa marginada de la cual se espera apoyo unánime a las causas que más convienen a las corruptas elites de México y la izquierda del Partido Demócrata de EEUU.

Pero quienes padecemos estos medios de comunicación que supuestamente nos sirven en este país no nos llamamos a engaño. La patética conducta de Jorge Ramos en Iowa no hizo más que confirmar lo que hace tiempo sabíamos: hay una virtual confabulación para mantenernos uncidos al yugo de la ignorancia y la mansedumbre política.

Empezando por la etnicidad que pretenden endilgarnos, se trata del fraude más colosal que podría imaginarse. Quienes vinimos a EEUU procedentes de Colombia, Argentina, Cuba, El Salvador, Ecuador y otros países nos hemos convertido súbitamente aquí en súbditos de una sola nación, inventada por burócratas, mercachifles y mentirosos de oficio.

Hemos dejado de ser lo que éramos y atesorábamos, para transformarnos en esa masa informe y dócil que llaman “hispanos”. Y lejos de alentarnos a realizar los anhelos que nos trajeron a estas orillas, y a apoyar las causas que nos apasionan, Ramos y sus semejantes se empeñan día a día en borrar nuestras identidades y obligarnos a vivir en un perenne Cinco de Mayo.

Puede que la campaña de Trump haya resucitado sentimientos nativistas y hasta xenófobos que nunca dejaron de anidar en ciertas zonas de nuestra sociedad. No es poca inquietud lo que esto debe producir en quienes hemos venido de otras partes. EEUU es un feliz experimento que incluye la asimilación de inmigrantes de todo el mundo. Eso provoca numerosas tensiones, sobre todo entre los ignorantes.

Pero tampoco seamos incautos: Trump ha dicho algo que es un secreto a voces: la inmigración ilegal, procedente de México principalmente, trae consigo crímenes y hasta efectos nocivos en el campo laboral. Un país sin fronteras es un chiste, además de un peligro para sus ciudadanos y residentes legales. La inmigración ilegal debe cesar ya.

¿Y en esto consiste el racismo de Trump? ¿Por esto se rasgan las vestiduras tantos politicastros? ¿Y contra él baten tambores Univisión, Telemundo, El Nuevo Herald y tantos otros, convocándonos a nosotros, los presuntos miembros de la tribu “latina”, a que votemos por sus adversarios en el partido que tanto les gusta? ¿Acaso nos toman por idiotas?

Los ciudadanos estadounidenses de origen latinoamericano sólo seremos dueños de nuestros destinos en nuestra patria de adopción cuando nos desprendamos de las viejos hábitos de dependencia del gobierno y clientelismo político que nos inculcaron desde que nacimos, y aprendamos a pensar y votar con nuestras cabezas, libremente, y no movidos por el tam-tam de los demagogos.

O por los tristes corridos de Univisión.

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